domingo, 30 de marzo de 2008

un día perfecto

Me preguntas cómo sería mi día ideal. Deja que piense… Es difícil. A lo mejor sería simplemente un buen día, pero ya vale con eso. Salgo a la calle y hace unos 15 grados, con un sol otoñal y en manga corta; compro el periódico en el kiosco de Ginés y vuelta a casa. Un café solo, el segundo. Una canción, un cuento corto, alguna buena noticia. Un silencio que no sea incómodo, una tristeza premeditada sobre el sillón rojo… No sé, empezaría así y seguiría de cualquier manera.

- ¿Cómo que mi día ideal? Mi día perfecto es este mismo.
- ¿Tu crees?
- Sí, ¿por qué no?
- Uf. No sé, anda que no quedan horas por delante para que se vaya todo a la mierda.
- Hombre, sí, si lo miras así no hay manera de tener un buen día. Pero es mejor partir de cero.
- Ya, lo malo es si empezamos por debajo de cero.
- ¿Y eso? ¿Qué te pasa?
- Nada.

En realidad siempre pasa algo, siempre hay una razón para seguir, creo. Leía el otro día que el suicidio es una opción destinada sólo a los cobardes, aunque no estoy demasiado seguro de que sea tan fácil resumirlo así. Y lo decía además quien hace un par de años se marcó un disco sobre la muerte que empezaba fantaseando sobre la de uno mismo. Son cosas, eso sí, de la civilización occidental. Cesare Pavese se suicidó dejando paradójicamente, o no, “El oficio de vivir”.

- ¿Has pensado alguna vez en el suicidio?
- No.
- ¿Ni siquiera en los peores momentos?
- Ni siquiera entonces.
- Vale.
- ¿Vale?
- Sí.

Iba a decirte todo lo que siento, pero algo dentro me retuvo en este lado de la playa. Hay quien piensa que nacemos cada día, otros que morimos, y aquí estoy yo, en medio de todo esto, buscando un día ideal que a lo mejor no es tan complicado. Una conversación, un café, una copa, un paseo por el zoo. La vida, como en "Dogville", es un teatrillo con los caminos marcados con tiza. Es cuestión de sobrevivir y algo más, pero todo se reduce a buenos y malos, y definitivamente prefiero estar con los buenos. De niño jugaba por las tardes a policías y ladrones, y entonces era ladrón de guante blanco, pero eran otros tiempos y ahora estamos (lo dejó escrito Ferlinguetti hace bastantes años) en los días de la furia, tan distintos a los de García Márquez (los suyos eran tiempos del cólera, eso sí), al que por cierto no soporto.

- ¿Te gusta García Márquez?
- ¿Y eso? ¿A qué viene?
- Se me ha ocurrido.
- Pues no sé. La verdad es que sólo he leído “Cien años de soledad” y “El coronel no tiene quien le escriba”. Y, bueno, me gustaron.
- Joder, es que a mí me parece un tostón de cuidado.
- Bueno, ya sabes. Para gustos se hicieron los colores.
- Va a ser eso.

Un día perfecto, segunda parte. Madrugada, mañana, tarde y noche. Y volver a empezar.
Siete horas, dos minutos, catorce segundos. Suena el despertador y el sol se hace un hueco a través de la ventana.