domingo, 17 de febrero de 2008

la revolución sexual: otra eurovisión es posible


Queda una semana para que termine el plazo para votar por los cinco temas que el público puede elegir con vistas a Eurovisión 2008, y sigue al frente "La revolución sexual", de La Casa Azul, así que aprovecho para rescatar una entrevista con Guille Milkyway mientras cruzo los dedos para que de la gala que se celebrará a principios de marzo salga elegida esta canción que de verdad tiene sonido eurovisivo, disco y pegadizo, tanto como el de los mejores años de este certamen últimamente tan devaluado. En fin: vota por La Casa Azul!!!


El nuevo disco de La Casa Azul, "La revolución sexual", ha empezado con buen pie, metiendo la cabeza en el top 30 de las listas de ventas, aunque los ficticios integrantes de la banda permanezcan en otra dimensión y Guille Milkyway (creador, ideólogo, compositor, productor, arreglista e intérprete) vea las cosas con calma y cierto distanciamiento desde su papel de demiurgo pop, poniendo cerco a un sonido cada vez más propio dentro del artificio que se le supone. "Con el primer disco sí seguía siendo una amalgama de estilos según la canción, pero ahora creo que poco a poco se va redondeando, dando forma a algo más personal, que tiene que ver con la utilización de muchos elementos distintos y que al final hacen que el resultado sea diferente, y además manteniendo elementos que son muy propios de La Casa Azul, como la contraposición de las cosas y la euforia que se sucede; a nivel sonoro cada vez me siento más cómodo y seguro". Esta sensación sirve como punto de partida en un álbum que está donde se podía esperar, aunque con más variedad e incluso complejidad que en "Tan simple como el amor". "A nivel de producción y sonido quizá sí, pero en composición no tanto. A lo mejor sí es más extremo en el sentido de que he querido buscar una sonoridad más artificial, más plástica. Hay más detalles, más cambios, más efectos, más trabajo de producción y sobre todo de edición, que para mí es muy importante. Pero a nivel temático es un poco lo de siempre, aunque cuando compuse y grabé los temas estaba en una época de introspección y me ha costado más trabajar para que el resultado fuera lo que desde el principio he buscado en La Casa azul, que es una contraposición entre los momentos emocionalmente más bajos y la euforia de la música que está sonando. En la historia del pop me gusta ese punto de choque entre la desgracia y la felicidad absoluta, de modo que en el fondo todo parezca un poco irreal. Es como lo que hacían los típicos grupos de chicas de los 60, que hablaban de que les dejaba el novio y poco menos que se iban a suicidar, y eso en una canción aparentemente feliz". Ese mundo de mentira, en el que conviven Brian Wilson, Jeff Lyne, el europop, California, Japón y los dibujos animados de Hannah Barbera, entre otras muchas referencias, es el que sigue presente aquí, aunque también con un costumbrismo en el que difícilmente podrían habitar los cinco personajes que ponen cara a este proyecto, hablando de la cerveza sin alcohol ("no está mal, pero requiere empeño" se puede escuchar en "Esta noche sólo cantan para mí") o de las proezas del portugués Deco frente al Chelsea de Mourinho ("El momento más feliz"). No es la primera vez que el Barça aparece en sus canciones (lo hacía también en "Como un fan"), pero ahora todo parece más cercano y el jogo bonito triunfa sin complicaciones ni atascos. "Antes hablaba más del amor y el desamor y aquí el abanico es más amplio, pero sigue habiendo elementos muy repetitivos, como la ansiedad, además de cosas más personales, como la hipocondría". También da forma a la canción protesta en versión La Casa Azul ("No más Myolastan" o "La gran mentira") y continúa ampliando su santoral pop: empieza con Yma Sumac (una exótica cantante peruana) y reserva casi para el final una impecable colección de mujeres (Blossom Dearie, Nina Simone, Kirsty McColl, Dusty Springfield, Karen Carpenter y Astrud Gilberto), ideal como banda sonora en complejas maniobras de escapismo. "La Casa Azul siempre ha sido un grupo con un importante enfoque femenino, y cuando he buscado un momento de refugio me he sentido identificado con cantantes como éstas, aunque es algo bastante sutil; también podría haber hablado de grupos de soft pop".
Uno de los riesgos que corre Guille Milkyway es que las ramas al final no dejen ver el bosque. O, de otra manera, que uno confunda la parte con el todo. "Es el típico riesgo que existe, pero es un precio que desde el principio he estado dispuesto a pagar, y no me preocupa porque tengo muy claro que lo más importante siempre va a ser la canción, porque es lo realmente poderoso dentro de la música pop. El resto es accesorio y puede servir como elemento potenciador, o simplemente para llevar las cosas a un plano estético que me hace sentir bien y con el que me identifico, pero la canción es el centro de todo, por mucho barroquismo que pueda haber en un momento dado". Y de un riesgo a un empeño inagotable: ¿la canción perfecta? "Es algo que nos persigue de forma casi maligna a quienes hemos estado obsesionados por el tema del redondeo y los estribillos, aunque cada vez menos, porque al final piensas que está todo hecho y que estás en una búsqueda inacabable. Es algo que está ahí, como la ansiedad o los miedos, pero si uno consigue controlarlo no pasa nada". En este sentido asegura también que se toma las cosas con tranquilidad, consciente de que maneja un proyecto a largo plazo: "Una cosa que me relaja es que no tengo prisa y que hay mucho tiempo para ir haciendo cosas que se acerquen a lo que tengo en mente. Situarse en ese plano un tanto irreal te permite planificarlo mejor, porque sabes que es flexible y lo puedes moldear a tu manera. A nivel estético y visual lo tengo claro: va hacia un universo más histriónico, aunque no sé si es una buena palabra; más artificial". Un recorrido que empezó hace una década, con "Cerca de Shibuya" como primer gran hit, y que desde entonces no se ha prodigado en exceso (apenas un EP y dos discos), aunque con una capacidad para permanecer en la memoria que hace que en realidad parezca que no haya pasado tanto tiempo desde que aparecieran las primeras sensaciones pop, comandando un movimiento que acaparó tantas críticas como alabanzas, y hoy con la mayor parte de los grupos en el limbo. "El hecho de que hayan pasado los años y siga adelante creo que me ha dado más credibilidad, porque en aquel momento sí resultaba cansado tener que justificarte todo el tiempo; yo quizá lo hice demasiado, y la verdad es que no merecía la pena. El problema es la mala utilización de los clichés, aunque la sensación es que poco a poco van desapareciendo los prejuicios, como pasa en cualquier forma de expresión artística". Por el camino también se ha convertido en compositor de encargo, desde la sintonía de cabecera del Club Disney hasta el "Amo a Laura" manoseado hasta la extenuación hace un par de años, pasando por las canciones de la serie de televisión "Gominolas". Y para el futuro cercano, más proyectos: el debut en largo de Milkyway (con un aire más retro) y también la intención de salir de ese premeditado segundo plano en el que hasta ahora ha permanecido al frente de La Casa Azul. "Siempre me ha costado el contacto directo con la gente, todo el tema de las fotografías y demás, también porque me desagrada la utilización de la imagen de un grupo como algo en sí mismo, pero ha llegado un momento en que estaba creándome una pose por permanecer detrás de forma exagerada, y por eso quiero empezar a aparecer de forma relajada, natural e incluso divertida". Así que ya lo saben: La Casa Azul es Guille Milkyway, sí, pero sobre todo sus canciones.

lunes, 4 de febrero de 2008

devendra banhart.- el folk del siglo XXI


El songwriter más alucinado y prolífico de su generación está de vuelta, aunque esta vez habla de mosquitos y no de cuervos, dispuesto a chupar la sangre de todos los géneros y a darse un auténtico festín en el que no faltan invitados de todo tipo. Psicodelia, samba y rock son sólo algunos de los elementos de "Smokey rolls down thunder canyon", el nuevo trabajo de un artista definitivamente global.

Hay un libro de Tom Wolfe, "Ponche de ácido lisérgico", que retrata a los protagonistas de la generación beat, reunidos en torno a Ken Kesey ("Alguien voló sobre el nido del cuco") con el sobrenombre de "los bromistas". Recorren Estados Unidos de punta a punta en un maltrecho autobús. Un viaje al corazón de la vida, entendida como la multiplicación de la percepción. Kerouac, Ginsberg, Cassady, Jerry García… Un grupo en el que Devendra Banhart no hubiese desentonado; incluso podría haberse convertido en su músico de cabecera. "No sé, no sé. No lo veo. Es un mundo diferente, pero sí, claro, estoy en la carretera. Estamos on the road, por qué no". Esto es al final, después de media hora de una atolondrada conversación que empezó en francés. "Bonjour, enchanté, comment allez vous?". "Très bien, merci". Y después de un pequeño silencio hago un primer intento por reconducir las cosas. "Ah, ¿es de una revista española? Perfecto. Pensaba que hablaba con Francia. ¿Qué tal va todo? ¿Cómo está España? ¿Cómo está Madrid?". Bien, vamos a poner que España va bien y que esta llamada no tiene otro motivo que hablar de "Smokey rolls down thunder canyon", el quinto álbum de Devendra Banhart; un hippie, el cabecilla del nuevo folk norteamericano, un impostor, un juerguista, el capitán del freak show, un trovador del tercer milenio… "Ahorita estoy en Texas, en Dallas, la tierra de mi padre; estamos con una guitarrita que no sirve, una Lauren, ¿no?". Ruido de fondo. Habla con sus compañeros. Alterna inglés y castellano de la misma manera que pasa de la cumbia al fox-trot, de la samba al rock y del blues al reggae.

Esta vez ha sido el cañón de Topanga (California) el marco geográfico para la música de Devendra Banhart; un lugar por el que antes pasaron Neil Young, Joni Mitchell o Taj Mahal y que ahora, a un paso de casa (también estudio para la ocasión), se ha convertido en magnífico telón de fondo. "Buscamos un sitio así, hasta que lo encontramos. Empezamos con la idea de grabar en Bahía, con músicos brasileños, pero luego pensé que en realidad lo mejor era hacerlo en mi versión de Bahía, y mi Bahía es California. El próximo año creo que quiero grabar en México o Venezuela, pero una cosa más básica, como el primer álbum". Mientras tanto, aquí despliega toda su imaginería psych-folk, con el apoyo de sus habituales (Noah Georgeson, Andy Cabic, Pete Newsom, Greg Rogove, Luckey Remington, Otto Hauser y un largo etcétera) y también de invitados dispares como Monalisa Young y Maxine y Julia Waters (coros gospel en "Saved"), Chris Robinson (The Black Crowes), Rodrigo Amarante (del grupo brasileño Los Hermanos; llegó para un rato y se quedó todo el disco) o el actor mexicano Gael García Bernal, que pone su voz a "Cristóbal". "Cada disco es un documento del mundo que estamos viviendo, de nuestras experiencias en ese momento. Por eso "Smokey rolls…" es diferente a todo. No hay una fórmula. Pero es que además teníamos la oportunidad de trabajar más cómodos porque estábamos en casa y el reloj era nuestro reloj y las horas nuestras horas. Fue muy bueno, pero a la vez muy extenuante". Un proceso del que salieron 45 canciones que se han quedado en 16 ("esta vez quería un álbum corto", dice) que dan para mucho: épica a su manera en "Seahorse", tropicalismo en "Samba vexillographica", soul en "Saved"… Devendra Banhart continúa jugando con los géneros como si de un inmenso chicle se tratara; nada que no hubiera hecho antes, pero siempre distinto. Es libre, proclama. "Soy, no sé, como un mosquito chupando la sangre del culo de todos mis sellos. Soy un mosquito y me dejan hacer lo que quiero; siempre grabo en lugares donde pueda tener esa libertad, nunca en estudios que tienen miles de fotos de otros grupos y cosas así, esto tiene que ver más bien con la arquitectura, con la geografía y el espíritu".
Construye canciones, habla de la muerte y de la reencarnación, aparecen animales, crea fábulas, hay algo ingenuamente infantil y sin embargo asegura que no sueña, que sus letras pertenecen a este mundo. "Nunca sueño. Bueno, o no recuerdo los sueños. Sólo uno cada tres meses; no tengo esa suerte". Y dice también que nunca ha pensado que su música sea folk, y luego que todo lo es. Que todavía tiene pendiente su álbum tropicalista: "Ahora quiero hacer un disco así en Bahía; la idea es ir allí y trabajar con Rodrigo Amarante, Arto Lindsay, la Orquesta Imperial, Caetano Veloso… Reunirnos en un espacio con unos micrófonos y unas copitas, y grabar y grabar. A ver qué pasa". Sería el resultado lógico de un creciente y heterodoxo acercamiento a la tradición latina: "Me siento más conectado a esta tierra donde estoy ahora mismo, que también está vinculada a América del Sur. Pero la verdad es que cuando estoy en Canadá todavía me siento cerca de Uruguay. Últimamente he estado escuchando sobre todo a Eduardo Mateo, Violeta Parra, Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui, Caetano, Simón Díaz, Silvio Rodríguez… songwriters revolucionarios de América del Sur". Es el músico global que hace de sus discos un collage cultural que va más allá del mestizaje. "Para mí una cosa muy interesante es que en "Cripple crow" (el trabajo que precede a "Smokey rolls…") las canciones más directas y románticas son las que estaban en español, y las que escribí en inglés eran las más psicodélicas. Y aquí pasa al revés. "Cripple crow" creo que era un álbum que tenía más que ver con Norteamérica y éste más con Sudamérica". "Somos elefante y serpiente semejante tomando aguardiente de una flor", canta en la colorista "Carmensita"; un ponche de ácido lisérgico que pasa de mano en mano, cambiante y único. "Las letras dirigen el estilo, claro que sí, y a veces te dicen que tiene que haber un elemento de sorpresa y de colaboración con el espíritu creativo que existe fuera de nosotros. Entonces la canción viene y surge algo, hay un enigma que tenemos la oportunidad de resolver. Por ejemplo, en "Samba vexillographica" faltaba algo, porque remite al carnaval y eso tiene que ver más que nada con música en vivo, y en ese momento vino Chris Robinson (vive a unos metros de Devendra Banhart) y empezó a tocar el charango; era perfecto. Dijimos: "Coño, eso es, es lo que estábamos buscando". Ése es nuestro elemento sorpresa".

Han pasado cinco años desde que se publicó su primer álbum, y sólo tres desde que con "Niño rojo" y "Rejoicing the hands" se colocó en vanguardia de un movimiento sin forma definida en el que la etiqueta de nuevo folk pronto se reveló inútil. "Todavía me siento en el underground. Estoy viajando. Me tengo que mudar de esta casa en California. Aún no sé dónde voy a ir, nada ha cambiado". Un nómada que antes de decantarse por el título de "Smokey rolls down thunder mountain" pensó en otros como "Koala man returns to pineapple temple" o "Bachanalian beat box". "Era un chiste, una broma… El nombre del álbum siempre viene de afuera; esta vez pasó una tarde: las palabras llegaron una a una y se manifestaron físicamente delante de mí". ¿Impulsivo? ¿Espontáneo? ¿Visionario? "Las canciones vienen como vienen, no se pueden empujar. Es todo lo que puedo decir". Pero no se resiste y añade: "Se trata de compartir; no estoy haciendo música para mí, sino para la parte de mí que es la misma de todo el mundo. Yo soy una persona, claro, aunque hay un mundo fuera y otro dentro. Sólo soy una parte pequeñita, un mosquito. Y los mosquitos tienen alas, pueden volar".