No tengo demasiado claro cómo empezar. Lo primero porque no sé qué título va a tener este post, y eso es lo primero que decido. Primero la parte, luego el todo (o la siguiente parte, vaya). Había pensado en unos cuantos: “Second coming”, no sé muy bien por qué; “Kill all hippies”, pero sólo porque hoy me encuentro un poco neohippie; “En la carretera”, así en plan Kerouac; “La cosa está que arde”, con una foto del rey y todo, pero prefiero no hablar de política, que bastante lo hago a diario; “Alegrías del incendio”, por la canción de Los Planetas. Y sobre todo “Mar el poder del mar”, mi favorita de Facto Delafé y las Flores Azules. No me puedo quitar de encima la cancioncilla desde esta tarde.
Provisionalmente, y a falta de que este comentario evolucione hacia Dios (hoy con mayúscula) sabe dónde, lo voy a dejar en “Un soplo en el corazón”, que es el título del disco que más veces me ha hecho llorar y que hoy también, vete a saber por qué, lo ha conseguido de nuevo. Es esa extraña sensación, una melancolía inmensa, inagotable; lágrimas que resbalan sin venir a cuento mientras ves la tele o escribes o escuchas la radio. Hago un inciso: hoy se ha muerto Carlos Llamas, responsable de Hora 25 durante muchos años. Y otro: ayer el que se fue, aquí al lado, en Galapagar, fue Pablo Palazuelo, pintor de la abstracción más emocionante que he disfrutado. En su caso han sido cosas de la edad (90 años tenía).
Vuelvo. Melancolía, decía. Y algo más. “Todo va bien, mi vida va bien, que feliz que soy…”. Pues sí, pero entre tanto siempre hay un espacio para la tristeza desde un punto de vista casi alegre, una tristeza premeditada, una sensación de dejarse llevar, de que cualquier cosa, una vuelta de tuerca, una visita inesperada, un giro en la conversación, está a la vuelta de la esquina.
Quienes me conocen saben de mi tendencia al victimismo, y quienes no se habrán dado cuenta de mi facilidad para meter la mata. Creo que hay en todo algo de superficial. Voy a contar aquí, tampoco sé muy bien por qué, algo que nunca había exteriorizado (al menos no de manera evidente). Hace casi dos años, cuando murió mi abuela, la primera sensación fue de alivio. Creo que incluso respiré mejor por un momento; no lloré ese día y sin embargo lo hago ahora. Es algo que me pasa factura y que todavía no me he perdonado del todo, así que supongo que sigo en fase de expiación. Entonces para mí fue un paso más en el juego, pero hasta un mes y medio después no tomé conciencia de verdad de la situación, de sus consecuencias y de todo lo que ese día debería haber sentido y me dejé adentro por vestir una estúpida coraza que no lleva a ningún sitio.
Será por eso, o no, pero de un tiempo a esta parte tiendo a emocionarme más de lo habitual. España pierde con Rusia y se me hace un nudo en la garganta; a Tricky le sale un bulto y me descubro un cariño inédito; se muere (final de la segunda temporada, en el primer capítulo de la tercera resucita) Nathan Fisher y poco más o menos me parece que es el fin del mundo; me reencuentro con unos amigos (después de hacerme el remolón) y procedo a la exaltación de la amistad sin haber bebido; M se pone gafas y me parece tan tierna y tan guapa que primero la abrazo y luego pienso que qué bonito es todo y que ojalá el presente se viviera en continuo absoluto, sin sobresaltos; atze me cuenta su (nueva) vida y consigue que, bajo el tamiz superficial con que lo adorno, me parezca la mejor noticia posible; un giro en una conversación me deja un poco sin palabras, porque me he equivocado en la interpretación, por las conclusiones y sobre todo porque al otro lado estoy yo sin saber exactamente por qué. Pero el caso es que todo esto, de principio a fin, me resulta emocionante, consigue que sonría a veces y que suelte alguna lágrima luego. Supongo que está bien, pero tampoco estoy demasiado seguro. Una cosa sí sé (acotación para desdramatizar): no pienso parecerme a Fran Perea, así en plan blandito. Los chicos de La Granja lo resumían mejor que yo: azul eléctrica emoción.
Voy a llegar al final. Estamos a jueves noche (en la práctica ya viernes) y en menos de tres días otras tantas personas (que no tienen nada que ver entre sí, para más INRI) han dicho de mí que:
a) Soy pretencioso.
b) Intento ir de guay.
c) A veces me paso de listo.
Cuando distintas personas coinciden es que algo hay. O no. En el programa de TVE “Identity”, bastante decadente por otra parte, hay una especie de comité de expertos que, en base a las pintas de la gente, determina a qué se dedica. Bueno, pues resulta que no lo he visto demasiad, pero fallan más que una escopeta de feria. Lo malo es que en mi caso las pintas no son determinantes (o sí, que ahora llevo un pijama de Piolín y Silvestre que es para flipar), sino lo que digo, escribo o se me ocurre soltar sin pensar demasiado (a veces cuando pienso es todavía peor). Y teniendo en cuenta eso, pues a lo mejor resulta que es verdad y a), b) y c) son opciones correctas. Le daré alguna vuelta más, aunque creo que lo que me pasa (qué me pasa, doctor) es que tiendo a quitar hierro a todo –a lo que va y a lo que no va conmigo- y a dejarlo en la superficie. A afrontar todo de una manera demasiado superficial, en definitiva.
Y nada más, por ahora. Iba a terminar sin citas, pero ya que estoy voy y dejo la letra entera de “Viaje a los sueños polares”, de Family (Un soplo en el corazón, 1994):
Provisionalmente, y a falta de que este comentario evolucione hacia Dios (hoy con mayúscula) sabe dónde, lo voy a dejar en “Un soplo en el corazón”, que es el título del disco que más veces me ha hecho llorar y que hoy también, vete a saber por qué, lo ha conseguido de nuevo. Es esa extraña sensación, una melancolía inmensa, inagotable; lágrimas que resbalan sin venir a cuento mientras ves la tele o escribes o escuchas la radio. Hago un inciso: hoy se ha muerto Carlos Llamas, responsable de Hora 25 durante muchos años. Y otro: ayer el que se fue, aquí al lado, en Galapagar, fue Pablo Palazuelo, pintor de la abstracción más emocionante que he disfrutado. En su caso han sido cosas de la edad (90 años tenía).
Vuelvo. Melancolía, decía. Y algo más. “Todo va bien, mi vida va bien, que feliz que soy…”. Pues sí, pero entre tanto siempre hay un espacio para la tristeza desde un punto de vista casi alegre, una tristeza premeditada, una sensación de dejarse llevar, de que cualquier cosa, una vuelta de tuerca, una visita inesperada, un giro en la conversación, está a la vuelta de la esquina.
Quienes me conocen saben de mi tendencia al victimismo, y quienes no se habrán dado cuenta de mi facilidad para meter la mata. Creo que hay en todo algo de superficial. Voy a contar aquí, tampoco sé muy bien por qué, algo que nunca había exteriorizado (al menos no de manera evidente). Hace casi dos años, cuando murió mi abuela, la primera sensación fue de alivio. Creo que incluso respiré mejor por un momento; no lloré ese día y sin embargo lo hago ahora. Es algo que me pasa factura y que todavía no me he perdonado del todo, así que supongo que sigo en fase de expiación. Entonces para mí fue un paso más en el juego, pero hasta un mes y medio después no tomé conciencia de verdad de la situación, de sus consecuencias y de todo lo que ese día debería haber sentido y me dejé adentro por vestir una estúpida coraza que no lleva a ningún sitio.
Será por eso, o no, pero de un tiempo a esta parte tiendo a emocionarme más de lo habitual. España pierde con Rusia y se me hace un nudo en la garganta; a Tricky le sale un bulto y me descubro un cariño inédito; se muere (final de la segunda temporada, en el primer capítulo de la tercera resucita) Nathan Fisher y poco más o menos me parece que es el fin del mundo; me reencuentro con unos amigos (después de hacerme el remolón) y procedo a la exaltación de la amistad sin haber bebido; M se pone gafas y me parece tan tierna y tan guapa que primero la abrazo y luego pienso que qué bonito es todo y que ojalá el presente se viviera en continuo absoluto, sin sobresaltos; atze me cuenta su (nueva) vida y consigue que, bajo el tamiz superficial con que lo adorno, me parezca la mejor noticia posible; un giro en una conversación me deja un poco sin palabras, porque me he equivocado en la interpretación, por las conclusiones y sobre todo porque al otro lado estoy yo sin saber exactamente por qué. Pero el caso es que todo esto, de principio a fin, me resulta emocionante, consigue que sonría a veces y que suelte alguna lágrima luego. Supongo que está bien, pero tampoco estoy demasiado seguro. Una cosa sí sé (acotación para desdramatizar): no pienso parecerme a Fran Perea, así en plan blandito. Los chicos de La Granja lo resumían mejor que yo: azul eléctrica emoción.
Voy a llegar al final. Estamos a jueves noche (en la práctica ya viernes) y en menos de tres días otras tantas personas (que no tienen nada que ver entre sí, para más INRI) han dicho de mí que:
a) Soy pretencioso.
b) Intento ir de guay.
c) A veces me paso de listo.
Cuando distintas personas coinciden es que algo hay. O no. En el programa de TVE “Identity”, bastante decadente por otra parte, hay una especie de comité de expertos que, en base a las pintas de la gente, determina a qué se dedica. Bueno, pues resulta que no lo he visto demasiad, pero fallan más que una escopeta de feria. Lo malo es que en mi caso las pintas no son determinantes (o sí, que ahora llevo un pijama de Piolín y Silvestre que es para flipar), sino lo que digo, escribo o se me ocurre soltar sin pensar demasiado (a veces cuando pienso es todavía peor). Y teniendo en cuenta eso, pues a lo mejor resulta que es verdad y a), b) y c) son opciones correctas. Le daré alguna vuelta más, aunque creo que lo que me pasa (qué me pasa, doctor) es que tiendo a quitar hierro a todo –a lo que va y a lo que no va conmigo- y a dejarlo en la superficie. A afrontar todo de una manera demasiado superficial, en definitiva.
Y nada más, por ahora. Iba a terminar sin citas, pero ya que estoy voy y dejo la letra entera de “Viaje a los sueños polares”, de Family (Un soplo en el corazón, 1994):
"Cuando pesen demasiado la rutina / El trabajo y la vida en la ciudad / Nos iremos en un viaje infinito / Con esa tonta sensación de libertad / Hacia el fondo de ese mundo del que me has hablado tanto/ Paraíso de glaciares y de bosques polares / Donde miedos y temores se convierten en paisajes / De infinitos abedules, de hermosura incomparable / Dibujamos sobre un mapa imaginario / Autopistas de gran velocidad / Nos invade una ilusión desconocida / Y nuestra única intención es avanzar / Hacia el fondo de ese mundo del que me has hablado tanto / Paraíso de glaciares y de bosques polares / Donde miedos y temores se convierten en paisajes / De infinitos abedules, de hermosura incomparable / Donde siempre te querré".
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