Me preguntas cómo sería mi día ideal. Deja que piense… Es difícil. A lo mejor sería simplemente un buen día, pero ya vale con eso. Salgo a la calle y hace unos 15 grados, con un sol otoñal y en manga corta; compro el periódico en el kiosco de Ginés y vuelta a casa. Un café solo, el segundo. Una canción, un cuento corto, alguna buena noticia. Un silencio que no sea incómodo, una tristeza premeditada sobre el sillón rojo… No sé, empezaría así y seguiría de cualquier manera.
- ¿Cómo que mi día ideal? Mi día perfecto es este mismo.
- ¿Tu crees?
- Sí, ¿por qué no?
- Uf. No sé, anda que no quedan horas por delante para que se vaya todo a la mierda.
- Hombre, sí, si lo miras así no hay manera de tener un buen día. Pero es mejor partir de cero.
- Ya, lo malo es si empezamos por debajo de cero.
- ¿Y eso? ¿Qué te pasa?
- Nada.
En realidad siempre pasa algo, siempre hay una razón para seguir, creo. Leía el otro día que el suicidio es una opción destinada sólo a los cobardes, aunque no estoy demasiado seguro de que sea tan fácil resumirlo así. Y lo decía además quien hace un par de años se marcó un disco sobre la muerte que empezaba fantaseando sobre la de uno mismo. Son cosas, eso sí, de la civilización occidental. Cesare Pavese se suicidó dejando paradójicamente, o no, “El oficio de vivir”.
- ¿Has pensado alguna vez en el suicidio?
- No.
- ¿Ni siquiera en los peores momentos?
- Ni siquiera entonces.
- Vale.
- ¿Vale?
- Sí.
Iba a decirte todo lo que siento, pero algo dentro me retuvo en este lado de la playa. Hay quien piensa que nacemos cada día, otros que morimos, y aquí estoy yo, en medio de todo esto, buscando un día ideal que a lo mejor no es tan complicado. Una conversación, un café, una copa, un paseo por el zoo. La vida, como en "Dogville", es un teatrillo con los caminos marcados con tiza. Es cuestión de sobrevivir y algo más, pero todo se reduce a buenos y malos, y definitivamente prefiero estar con los buenos. De niño jugaba por las tardes a policías y ladrones, y entonces era ladrón de guante blanco, pero eran otros tiempos y ahora estamos (lo dejó escrito Ferlinguetti hace bastantes años) en los días de la furia, tan distintos a los de García Márquez (los suyos eran tiempos del cólera, eso sí), al que por cierto no soporto.
- ¿Te gusta García Márquez?
- ¿Y eso? ¿A qué viene?
- Se me ha ocurrido.
- Pues no sé. La verdad es que sólo he leído “Cien años de soledad” y “El coronel no tiene quien le escriba”. Y, bueno, me gustaron.
- Joder, es que a mí me parece un tostón de cuidado.
- Bueno, ya sabes. Para gustos se hicieron los colores.
- Va a ser eso.
Un día perfecto, segunda parte. Madrugada, mañana, tarde y noche. Y volver a empezar.
Siete horas, dos minutos, catorce segundos. Suena el despertador y el sol se hace un hueco a través de la ventana.
domingo, 30 de marzo de 2008
domingo, 17 de febrero de 2008
la revolución sexual: otra eurovisión es posible
Queda una semana para que termine el plazo para votar por los cinco temas que el público puede elegir con vistas a Eurovisión 2008, y sigue al frente "La revolución sexual", de La Casa Azul, así que aprovecho para rescatar una entrevista con Guille Milkyway mientras cruzo los dedos para que de la gala que se celebrará a principios de marzo salga elegida esta canción que de verdad tiene sonido eurovisivo, disco y pegadizo, tanto como el de los mejores años de este certamen últimamente tan devaluado. En fin: vota por La Casa Azul!!!
El nuevo disco de La Casa Azul, "La revolución sexual", ha empezado con buen pie, metiendo la cabeza en el top 30 de las listas de ventas, aunque los ficticios integrantes de la banda permanezcan en otra dimensión y Guille Milkyway (creador, ideólogo, compositor, productor, arreglista e intérprete) vea las cosas con calma y cierto distanciamiento desde su papel de demiurgo pop, poniendo cerco a un sonido cada vez más propio dentro del artificio que se le supone. "Con el primer disco sí seguía siendo una amalgama de estilos según la canción, pero ahora creo que poco a poco se va redondeando, dando forma a algo más personal, que tiene que ver con la utilización de muchos elementos distintos y que al final hacen que el resultado sea diferente, y además manteniendo elementos que son muy propios de La Casa Azul, como la contraposición de las cosas y la euforia que se sucede; a nivel sonoro cada vez me siento más cómodo y seguro". Esta sensación sirve como punto de partida en un álbum que está donde se podía esperar, aunque con más variedad e incluso complejidad que en "Tan simple como el amor". "A nivel de producción y sonido quizá sí, pero en composición no tanto. A lo mejor sí es más extremo en el sentido de que he querido buscar una sonoridad más artificial, más plástica. Hay más detalles, más cambios, más efectos, más trabajo de producción y sobre todo de edición, que para mí es muy importante. Pero a nivel temático es un poco lo de siempre, aunque cuando compuse y grabé los temas estaba en una época de introspección y me ha costado más trabajar para que el resultado fuera lo que desde el principio he buscado en La Casa azul, que es una contraposición entre los momentos emocionalmente más bajos y la euforia de la música que está sonando. En la historia del pop me gusta ese punto de choque entre la desgracia y la felicidad absoluta, de modo que en el fondo todo parezca un poco irreal. Es como lo que hacían los típicos grupos de chicas de los 60, que hablaban de que les dejaba el novio y poco menos que se iban a suicidar, y eso en una canción aparentemente feliz". Ese mundo de mentira, en el que conviven Brian Wilson, Jeff Lyne, el europop, California, Japón y los dibujos animados de Hannah Barbera, entre otras muchas referencias, es el que sigue presente aquí, aunque también con un costumbrismo en el que difícilmente podrían habitar los cinco personajes que ponen cara a este proyecto, hablando de la cerveza sin alcohol ("no está mal, pero requiere empeño" se puede escuchar en "Esta noche sólo cantan para mí") o de las proezas del portugués Deco frente al Chelsea de Mourinho ("El momento más feliz"). No es la primera vez que el Barça aparece en sus canciones (lo hacía también en "Como un fan"), pero ahora todo parece más cercano y el jogo bonito triunfa sin complicaciones ni atascos. "Antes hablaba más del amor y el desamor y aquí el abanico es más amplio, pero sigue habiendo elementos muy repetitivos, como la ansiedad, además de cosas más personales, como la hipocondría". También da forma a la canción protesta en versión La Casa Azul ("No más Myolastan" o "La gran mentira") y continúa ampliando su santoral pop: empieza con Yma Sumac (una exótica cantante peruana) y reserva casi para el final una impecable colección de mujeres (Blossom Dearie, Nina Simone, Kirsty McColl, Dusty Springfield, Karen Carpenter y Astrud Gilberto), ideal como banda sonora en complejas maniobras de escapismo. "La Casa Azul siempre ha sido un grupo con un importante enfoque femenino, y cuando he buscado un momento de refugio me he sentido identificado con cantantes como éstas, aunque es algo bastante sutil; también podría haber hablado de grupos de soft pop".
Uno de los riesgos que corre Guille Milkyway es que las ramas al final no dejen ver el bosque. O, de otra manera, que uno confunda la parte con el todo. "Es el típico riesgo que existe, pero es un precio que desde el principio he estado dispuesto a pagar, y no me preocupa porque tengo muy claro que lo más importante siempre va a ser la canción, porque es lo realmente poderoso dentro de la música pop. El resto es accesorio y puede servir como elemento potenciador, o simplemente para llevar las cosas a un plano estético que me hace sentir bien y con el que me identifico, pero la canción es el centro de todo, por mucho barroquismo que pueda haber en un momento dado". Y de un riesgo a un empeño inagotable: ¿la canción perfecta? "Es algo que nos persigue de forma casi maligna a quienes hemos estado obsesionados por el tema del redondeo y los estribillos, aunque cada vez menos, porque al final piensas que está todo hecho y que estás en una búsqueda inacabable. Es algo que está ahí, como la ansiedad o los miedos, pero si uno consigue controlarlo no pasa nada". En este sentido asegura también que se toma las cosas con tranquilidad, consciente de que maneja un proyecto a largo plazo: "Una cosa que me relaja es que no tengo prisa y que hay mucho tiempo para ir haciendo cosas que se acerquen a lo que tengo en mente. Situarse en ese plano un tanto irreal te permite planificarlo mejor, porque sabes que es flexible y lo puedes moldear a tu manera. A nivel estético y visual lo tengo claro: va hacia un universo más histriónico, aunque no sé si es una buena palabra; más artificial". Un recorrido que empezó hace una década, con "Cerca de Shibuya" como primer gran hit, y que desde entonces no se ha prodigado en exceso (apenas un EP y dos discos), aunque con una capacidad para permanecer en la memoria que hace que en realidad parezca que no haya pasado tanto tiempo desde que aparecieran las primeras sensaciones pop, comandando un movimiento que acaparó tantas críticas como alabanzas, y hoy con la mayor parte de los grupos en el limbo. "El hecho de que hayan pasado los años y siga adelante creo que me ha dado más credibilidad, porque en aquel momento sí resultaba cansado tener que justificarte todo el tiempo; yo quizá lo hice demasiado, y la verdad es que no merecía la pena. El problema es la mala utilización de los clichés, aunque la sensación es que poco a poco van desapareciendo los prejuicios, como pasa en cualquier forma de expresión artística". Por el camino también se ha convertido en compositor de encargo, desde la sintonía de cabecera del Club Disney hasta el "Amo a Laura" manoseado hasta la extenuación hace un par de años, pasando por las canciones de la serie de televisión "Gominolas". Y para el futuro cercano, más proyectos: el debut en largo de Milkyway (con un aire más retro) y también la intención de salir de ese premeditado segundo plano en el que hasta ahora ha permanecido al frente de La Casa Azul. "Siempre me ha costado el contacto directo con la gente, todo el tema de las fotografías y demás, también porque me desagrada la utilización de la imagen de un grupo como algo en sí mismo, pero ha llegado un momento en que estaba creándome una pose por permanecer detrás de forma exagerada, y por eso quiero empezar a aparecer de forma relajada, natural e incluso divertida". Así que ya lo saben: La Casa Azul es Guille Milkyway, sí, pero sobre todo sus canciones.
Uno de los riesgos que corre Guille Milkyway es que las ramas al final no dejen ver el bosque. O, de otra manera, que uno confunda la parte con el todo. "Es el típico riesgo que existe, pero es un precio que desde el principio he estado dispuesto a pagar, y no me preocupa porque tengo muy claro que lo más importante siempre va a ser la canción, porque es lo realmente poderoso dentro de la música pop. El resto es accesorio y puede servir como elemento potenciador, o simplemente para llevar las cosas a un plano estético que me hace sentir bien y con el que me identifico, pero la canción es el centro de todo, por mucho barroquismo que pueda haber en un momento dado". Y de un riesgo a un empeño inagotable: ¿la canción perfecta? "Es algo que nos persigue de forma casi maligna a quienes hemos estado obsesionados por el tema del redondeo y los estribillos, aunque cada vez menos, porque al final piensas que está todo hecho y que estás en una búsqueda inacabable. Es algo que está ahí, como la ansiedad o los miedos, pero si uno consigue controlarlo no pasa nada". En este sentido asegura también que se toma las cosas con tranquilidad, consciente de que maneja un proyecto a largo plazo: "Una cosa que me relaja es que no tengo prisa y que hay mucho tiempo para ir haciendo cosas que se acerquen a lo que tengo en mente. Situarse en ese plano un tanto irreal te permite planificarlo mejor, porque sabes que es flexible y lo puedes moldear a tu manera. A nivel estético y visual lo tengo claro: va hacia un universo más histriónico, aunque no sé si es una buena palabra; más artificial". Un recorrido que empezó hace una década, con "Cerca de Shibuya" como primer gran hit, y que desde entonces no se ha prodigado en exceso (apenas un EP y dos discos), aunque con una capacidad para permanecer en la memoria que hace que en realidad parezca que no haya pasado tanto tiempo desde que aparecieran las primeras sensaciones pop, comandando un movimiento que acaparó tantas críticas como alabanzas, y hoy con la mayor parte de los grupos en el limbo. "El hecho de que hayan pasado los años y siga adelante creo que me ha dado más credibilidad, porque en aquel momento sí resultaba cansado tener que justificarte todo el tiempo; yo quizá lo hice demasiado, y la verdad es que no merecía la pena. El problema es la mala utilización de los clichés, aunque la sensación es que poco a poco van desapareciendo los prejuicios, como pasa en cualquier forma de expresión artística". Por el camino también se ha convertido en compositor de encargo, desde la sintonía de cabecera del Club Disney hasta el "Amo a Laura" manoseado hasta la extenuación hace un par de años, pasando por las canciones de la serie de televisión "Gominolas". Y para el futuro cercano, más proyectos: el debut en largo de Milkyway (con un aire más retro) y también la intención de salir de ese premeditado segundo plano en el que hasta ahora ha permanecido al frente de La Casa Azul. "Siempre me ha costado el contacto directo con la gente, todo el tema de las fotografías y demás, también porque me desagrada la utilización de la imagen de un grupo como algo en sí mismo, pero ha llegado un momento en que estaba creándome una pose por permanecer detrás de forma exagerada, y por eso quiero empezar a aparecer de forma relajada, natural e incluso divertida". Así que ya lo saben: La Casa Azul es Guille Milkyway, sí, pero sobre todo sus canciones.
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lunes, 4 de febrero de 2008
devendra banhart.- el folk del siglo XXI
El songwriter más alucinado y prolífico de su generación está de vuelta, aunque esta vez habla de mosquitos y no de cuervos, dispuesto a chupar la sangre de todos los géneros y a darse un auténtico festín en el que no faltan invitados de todo tipo. Psicodelia, samba y rock son sólo algunos de los elementos de "Smokey rolls down thunder canyon", el nuevo trabajo de un artista definitivamente global.
Hay un libro de Tom Wolfe, "Ponche de ácido lisérgico", que retrata a los protagonistas de la generación beat, reunidos en torno a Ken Kesey ("Alguien voló sobre el nido del cuco") con el sobrenombre de "los bromistas". Recorren Estados Unidos de punta a punta en un maltrecho autobús. Un viaje al corazón de la vida, entendida como la multiplicación de la percepción. Kerouac, Ginsberg, Cassady, Jerry García… Un grupo en el que Devendra Banhart no hubiese desentonado; incluso podría haberse convertido en su músico de cabecera. "No sé, no sé. No lo veo. Es un mundo diferente, pero sí, claro, estoy en la carretera. Estamos on the road, por qué no". Esto es al final, después de media hora de una atolondrada conversación que empezó en francés. "Bonjour, enchanté, comment allez vous?". "Très bien, merci". Y después de un pequeño silencio hago un primer intento por reconducir las cosas. "Ah, ¿es de una revista española? Perfecto. Pensaba que hablaba con Francia. ¿Qué tal va todo? ¿Cómo está España? ¿Cómo está Madrid?". Bien, vamos a poner que España va bien y que esta llamada no tiene otro motivo que hablar de "Smokey rolls down thunder canyon", el quinto álbum de Devendra Banhart; un hippie, el cabecilla del nuevo folk norteamericano, un impostor, un juerguista, el capitán del freak show, un trovador del tercer milenio… "Ahorita estoy en Texas, en Dallas, la tierra de mi padre; estamos con una guitarrita que no sirve, una Lauren, ¿no?". Ruido de fondo. Habla con sus compañeros. Alterna inglés y castellano de la misma manera que pasa de la cumbia al fox-trot, de la samba al rock y del blues al reggae.
Esta vez ha sido el cañón de Topanga (California) el marco geográfico para la música de Devendra Banhart; un lugar por el que antes pasaron Neil Young, Joni Mitchell o Taj Mahal y que ahora, a un paso de casa (también estudio para la ocasión), se ha convertido en magnífico telón de fondo. "Buscamos un sitio así, hasta que lo encontramos. Empezamos con la idea de grabar en Bahía, con músicos brasileños, pero luego pensé que en realidad lo mejor era hacerlo en mi versión de Bahía, y mi Bahía es California. El próximo año creo que quiero grabar en México o Venezuela, pero una cosa más básica, como el primer álbum". Mientras tanto, aquí despliega toda su imaginería psych-folk, con el apoyo de sus habituales (Noah Georgeson, Andy Cabic, Pete Newsom, Greg Rogove, Luckey Remington, Otto Hauser y un largo etcétera) y también de invitados dispares como Monalisa Young y Maxine y Julia Waters (coros gospel en "Saved"), Chris Robinson (The Black Crowes), Rodrigo Amarante (del grupo brasileño Los Hermanos; llegó para un rato y se quedó todo el disco) o el actor mexicano Gael García Bernal, que pone su voz a "Cristóbal". "Cada disco es un documento del mundo que estamos viviendo, de nuestras experiencias en ese momento. Por eso "Smokey rolls…" es diferente a todo. No hay una fórmula. Pero es que además teníamos la oportunidad de trabajar más cómodos porque estábamos en casa y el reloj era nuestro reloj y las horas nuestras horas. Fue muy bueno, pero a la vez muy extenuante". Un proceso del que salieron 45 canciones que se han quedado en 16 ("esta vez quería un álbum corto", dice) que dan para mucho: épica a su manera en "Seahorse", tropicalismo en "Samba vexillographica", soul en "Saved"… Devendra Banhart continúa jugando con los géneros como si de un inmenso chicle se tratara; nada que no hubiera hecho antes, pero siempre distinto. Es libre, proclama. "Soy, no sé, como un mosquito chupando la sangre del culo de todos mis sellos. Soy un mosquito y me dejan hacer lo que quiero; siempre grabo en lugares donde pueda tener esa libertad, nunca en estudios que tienen miles de fotos de otros grupos y cosas así, esto tiene que ver más bien con la arquitectura, con la geografía y el espíritu".
Construye canciones, habla de la muerte y de la reencarnación, aparecen animales, crea fábulas, hay algo ingenuamente infantil y sin embargo asegura que no sueña, que sus letras pertenecen a este mundo. "Nunca sueño. Bueno, o no recuerdo los sueños. Sólo uno cada tres meses; no tengo esa suerte". Y dice también que nunca ha pensado que su música sea folk, y luego que todo lo es. Que todavía tiene pendiente su álbum tropicalista: "Ahora quiero hacer un disco así en Bahía; la idea es ir allí y trabajar con Rodrigo Amarante, Arto Lindsay, la Orquesta Imperial, Caetano Veloso… Reunirnos en un espacio con unos micrófonos y unas copitas, y grabar y grabar. A ver qué pasa". Sería el resultado lógico de un creciente y heterodoxo acercamiento a la tradición latina: "Me siento más conectado a esta tierra donde estoy ahora mismo, que también está vinculada a América del Sur. Pero la verdad es que cuando estoy en Canadá todavía me siento cerca de Uruguay. Últimamente he estado escuchando sobre todo a Eduardo Mateo, Violeta Parra, Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui, Caetano, Simón Díaz, Silvio Rodríguez… songwriters revolucionarios de América del Sur". Es el músico global que hace de sus discos un collage cultural que va más allá del mestizaje. "Para mí una cosa muy interesante es que en "Cripple crow" (el trabajo que precede a "Smokey rolls…") las canciones más directas y románticas son las que estaban en español, y las que escribí en inglés eran las más psicodélicas. Y aquí pasa al revés. "Cripple crow" creo que era un álbum que tenía más que ver con Norteamérica y éste más con Sudamérica". "Somos elefante y serpiente semejante tomando aguardiente de una flor", canta en la colorista "Carmensita"; un ponche de ácido lisérgico que pasa de mano en mano, cambiante y único. "Las letras dirigen el estilo, claro que sí, y a veces te dicen que tiene que haber un elemento de sorpresa y de colaboración con el espíritu creativo que existe fuera de nosotros. Entonces la canción viene y surge algo, hay un enigma que tenemos la oportunidad de resolver. Por ejemplo, en "Samba vexillographica" faltaba algo, porque remite al carnaval y eso tiene que ver más que nada con música en vivo, y en ese momento vino Chris Robinson (vive a unos metros de Devendra Banhart) y empezó a tocar el charango; era perfecto. Dijimos: "Coño, eso es, es lo que estábamos buscando". Ése es nuestro elemento sorpresa".
Han pasado cinco años desde que se publicó su primer álbum, y sólo tres desde que con "Niño rojo" y "Rejoicing the hands" se colocó en vanguardia de un movimiento sin forma definida en el que la etiqueta de nuevo folk pronto se reveló inútil. "Todavía me siento en el underground. Estoy viajando. Me tengo que mudar de esta casa en California. Aún no sé dónde voy a ir, nada ha cambiado". Un nómada que antes de decantarse por el título de "Smokey rolls down thunder mountain" pensó en otros como "Koala man returns to pineapple temple" o "Bachanalian beat box". "Era un chiste, una broma… El nombre del álbum siempre viene de afuera; esta vez pasó una tarde: las palabras llegaron una a una y se manifestaron físicamente delante de mí". ¿Impulsivo? ¿Espontáneo? ¿Visionario? "Las canciones vienen como vienen, no se pueden empujar. Es todo lo que puedo decir". Pero no se resiste y añade: "Se trata de compartir; no estoy haciendo música para mí, sino para la parte de mí que es la misma de todo el mundo. Yo soy una persona, claro, aunque hay un mundo fuera y otro dentro. Sólo soy una parte pequeñita, un mosquito. Y los mosquitos tienen alas, pueden volar".
viernes, 25 de enero de 2008
la sociedad secreta (en la palma, hace unas horas)
La música del café La Palma se cuela en el espacio reservado a los conciertos y de las 90 personas que habría, pongamos que la mitad no dejó de hablar hasta los dos últimos temas. Y eso que Pepo Márquez (haciendo un hueco en la gira con Grande Marlaska) había advertido de que habría dos partes: una silenciosa y otra ruidosa. Ni con esas acalló al personal. Así que acabó con ese tramo íntimo a las primeras de cambio, apenas 15 minutos después de empezar, y Andrés Perruca (batería) y Javier Vicente (guitarra) precipitaron su salida al escenario para reforzar la fragilidad que domina "De costa a costa", canción no demasiado habitual en sus directos. Y aún así, luchando contra los elementos, el concierto de The Secret Society fue ganando enteros tras superar un inicio lastrado por el ruido de fondo. En todo caso, ese formato básico todavía está lejos de convencer (y más si a la cabeza vienen, por ejemplo, Will Johnson o Mark Eitzel) como lo hace cuando se acompaña de electricidad y de la rotunda batería de Perruca (en el que era su último concierto con la banda), de manera similar a lo que pasaba con Arab Strab en su momento, sin que la fuerza suponga una pérdida en la sencillez y sinceridad que han hecho buenas sus composiciones. Así ocurre con las de su primer álbum ("Fight fire with fire", "Night makethings look bigger", "Man vs. Machine" -un terceto infalible- o "Sad boys dance!!", que se quedó casi para el cierre) y también las que avanzan su segunda entrega, nuevamente retrasada, con la delicada y silenciosa "The beautiful struggle of all small things" a la cabeza. No fue su mejor concierto, pero sí dejó unos cuantos momentos reseñables.
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jueves, 24 de enero de 2008
cambio climático
Me duele la espalda y tengo el cuello en estado de tensión absoluta. Llevo toda la semana escuchando a La Mode. Estoy tirando a saturado de trabajo. Estoy tirando a saturado en general. El sábado a las 5.45 vuelo a París después de que hace un par de días se frustrase un posible viaje a Brighton. En fin, siempre nos quedará París.
Y tengo dos opciones: hablar de algo o hablar por hablar. En principio me quedo con lo segundo, así que hablemos por hablar, el programa que lanzó a Gemma Nierga a la ventana y que tuvo su mejor momento con Mara Torres. También podemos hablar del tiempo, que es de lo que se habla cuando no hay nada de lo que hablar, aunque hay conversaciones que todavía pueden resultar más estúpidas. Algo así como "¿Dónde vas?" "Manzanas traigo". O lo que decía mi abuela: "Como sé que te gusta el arroz con leche... por debajo de la puerta te meto un ladrillo".
En definitiva, que el tiempo está loco loco loco. Rozando los 20 grados en pleno mes de enero. Comentario de uno que ayer pasaba por la calle de al lado: "Desde que se murió Franco ya no hay inviernos". Cuánta razón tenía el hombre: es lo que tiene tirarse casi 40 años de invierno generalizado.
Tampoco me voy a liar mucho más, que vamos camino de las tres y me levanto a las siete (tengo bastante trabajo atrasado, aunque por lo menos esta noche he dejado terminado lo que debía). Mañana me voy a ver a The Secret Society en La Palma, y si me gusta lo mismo dejo por aquí unas líneas; lo digo por ir avisando. Están bien las sociedades secretas, aunque nunca he formado parte de ninguna. Tampoco de los boy scout; sólo del equipo cadete de basket, del coro del colegio (pero poco, porque no tengo oído, sino oreja) y de los yonquis de mi barrio (esto es mentira, porque en mi barrio no hay yonquis, sólo gente mayor, una peluquería, un asador de pollos, una agencia inmobiliaria ahora con poca actividad y un oficina de seguros Pelayo donde antes había una chocolatería que cerró porque se ve que aquí no nos va mucho el chocolate).
Termino: ya estamos a 24 de enero. Y no nieva ni nada parecido. La previsión anuncia buen tiempo para el fin de semana, y a la vuelta puede que camben las cosas. El año pasado a estas alturas sí que había nieve. Que me acuerdo yo como si fuera ayer.
Y tengo dos opciones: hablar de algo o hablar por hablar. En principio me quedo con lo segundo, así que hablemos por hablar, el programa que lanzó a Gemma Nierga a la ventana y que tuvo su mejor momento con Mara Torres. También podemos hablar del tiempo, que es de lo que se habla cuando no hay nada de lo que hablar, aunque hay conversaciones que todavía pueden resultar más estúpidas. Algo así como "¿Dónde vas?" "Manzanas traigo". O lo que decía mi abuela: "Como sé que te gusta el arroz con leche... por debajo de la puerta te meto un ladrillo".
En definitiva, que el tiempo está loco loco loco. Rozando los 20 grados en pleno mes de enero. Comentario de uno que ayer pasaba por la calle de al lado: "Desde que se murió Franco ya no hay inviernos". Cuánta razón tenía el hombre: es lo que tiene tirarse casi 40 años de invierno generalizado.
Tampoco me voy a liar mucho más, que vamos camino de las tres y me levanto a las siete (tengo bastante trabajo atrasado, aunque por lo menos esta noche he dejado terminado lo que debía). Mañana me voy a ver a The Secret Society en La Palma, y si me gusta lo mismo dejo por aquí unas líneas; lo digo por ir avisando. Están bien las sociedades secretas, aunque nunca he formado parte de ninguna. Tampoco de los boy scout; sólo del equipo cadete de basket, del coro del colegio (pero poco, porque no tengo oído, sino oreja) y de los yonquis de mi barrio (esto es mentira, porque en mi barrio no hay yonquis, sólo gente mayor, una peluquería, un asador de pollos, una agencia inmobiliaria ahora con poca actividad y un oficina de seguros Pelayo donde antes había una chocolatería que cerró porque se ve que aquí no nos va mucho el chocolate).
Termino: ya estamos a 24 de enero. Y no nieva ni nada parecido. La previsión anuncia buen tiempo para el fin de semana, y a la vuelta puede que camben las cosas. El año pasado a estas alturas sí que había nieve. Que me acuerdo yo como si fuera ayer.
domingo, 20 de enero de 2008
Si se mueven, mátalos
Fotogramas del delirio entre tú y yo. 24 por segundo. Muévete. Mátalos. Dispara. Si se mueven, acaba con ellos. No lo dudes. Sam Peckinpah observa la escena con curiosidad. El miedo que tienes. El miedo que tengo. El diario de nuestra vida: madrugada, mañana, tarde y noche. Y vuelta a empezar. El bucle infinito. ¿Te acuerdas? Un western urbano. Vamos a jugar a indios y vaqueros, a policías y ladrones; y que ganen los buenos, claro. ¿Me escuchas? Todo pasa en abril, y esta vez no iba a ser menos. Me ha dicho Houllebecq que es mediodía y el terror se instala. Cruzamos el puente, por Santa Teresa, en un coche de caballos. Te miro y me miras. Será la humedad. Me caen goterones de sudor. O son lágrimas. Les falta sal. No quiero estar aquí, pero dónde entonces. Los Smiths decían que hay chicas más grandes que otras. ¿Eres una de ellas? Quiero ser John Wayne. Siempre, para acabar en un cuadro de Warhol, para ser una estrella del pop y no tener que hacer esto, para olvidarme de ti y que tú siempre me encuentres, en miles de colores, exprimiendo la gama pantone. Soy CMYK. Soy verdegris. No quiero saber qué es lo que va a pasar, así que si lo sabes, cállate. Por favor. Podemos hablar, si quieres. Todo pasa en abril, ya lo decía. Te vi pasar, camino a un verano de catástrofes. El calor puede conmigo, así que aprovéchate y escapa. ¡Escapa! Ahora que puedes, hazlo. Me sube la fiebre. Se han movido. Ana, te juro que se han movido. ¡Se han movido! Se mueven, ¿no lo ves? Se mueven. Se mueven. Allí están. Se mueven. Creo que he oído un disparo.
jueves, 10 de enero de 2008
in it for the money (60.000 euros). sarko, obama, bimba y yo
Lo dejo claro desde el principio: Denzel Washington me aburre soberanamente. Y en “American Gangster” también. La película está pasable, ni fu ni fa, con esos matices tan previsibles en los personajes pero también con sus cosas buenas, entre ellas las escenas más directamente relacionadas con la vida “in the ghetto”. Pero qué bien si hubiesen aparecido Public Enemy o Isaac Hayes. Y mejor si sonase “Shaft” en las escenas de ambientación disco. O que Denzel Washington se hubiese quedado en Vietnam. O Russell Crow -otro aburrido, aunque menos- le hubiese dicho al final “tu a Boston y yo a California”. Y todos tan felices y aquí no ha pasado nada, que parece que es lo que pasa, aunque antes se hubiesen quedado unos cuantos cadáveres a tiro limpio y otros tantos víctimas de sobredosis. Pero eso es secundario.
Por lo demás, la novedad es que no hay novedad. Los Reyes bien, gracias. La República está a la espera. Hay encuestas de precampaña y Barak Obama parece que le toma la delantera a la sosa de Hillary Clinton. Otra cosa será medir al bueno de Obama ante el candidato republicano y no sólo frente a sus adversarios demócratas. Por cierto, lo mismo sería buen actor; a mí me pegaba más que el pesado de Denzel Washington, y si Reagan hizo western, por qué un demócrata no iba a poder hacer de gangster. Bueno, que me voy de mi tema que no es otro que Sarkozy. O mejor: Carla Bruni. Seguimos con un retraso del carajo. Mientras que aquí nos emocionamos con que la mujer de ZP cante ópera, en Francia tienen a una modelo y cantante (y buena cantante además) como futura primera dama. Y encima el tío habla de ello sin problemas en la rueda de prensa. Así que me largo a casa y busco mis cd’s de Carla Bruni, por aquello de la libertad, igualdad, fraternidad.
Dice una antigua compañera de facultad como frase de entrada en su msn que “el amor es amistad con momentos eróticos”. Y lo remata con un carpe diem que ni “El club de los poetas muertos”. Pues no sé: en este momento vital me cuesta más la amistad que el amor, pero a lo mejor es cuestión de puntos de vista. Pero si al amor le quitas esos momentos eróticos (que no se los quito ni harto de vino) queda la amistad; en la amistad en cambio no hay donde restar. Esto me ha salido así, un poco ñoño, pero debe ser la influencia del amor a la francesa Sarkozy-Bruni, aunque ya hay algún detalle que augura fracaso a medio plazo en la relación. ¿No va Sarko y le regala a Carla el mismo anillo (no el mismo mismo, pero sí igual) que en su día le regaló a su ex?. Desde ya te lo digo Sarko: no son maneras.
Hasta aquí la crónica rosa. Si quieren saber más, lo mejor es el Tomate, luego El País o El Mundo. Y La Razón, que por cierto es el periódico más divertido de los que se venden en España. Con Anson al frente, colaboradores del tipo Ussía, el diario nacionalista catalán Avui en la órbita, el ex Troglodita Sabino Méndez como columnista, un tío (del que no revelo su nombre para mantener cierto misterio) que simpatiza con el anarquismo escribiendo de sus cosas escondido por ah, una entrevista de última que los de El País han copiado con bastante descaro, lo del Pato Mandarín (otra vez Ussía) y firmas inventadas en la sección de deportes. En fin, que no tienen complejos. Y hace un mes o algo más, cuando se supo lo de que Amaia Montero dejaba La Oreja de Van Gogh, van y se marcan una doble página con posibles sustitutas, desde Paulina Rubio a Irantzu Valencia (La Buena Vida), pasando por Leonor Watling, que en Marlango ya se está poniendo pesadita y a lo mejor sí que necesita un cambio de aires (aunque no ese cambio, me temo).
Y desde aquí aporto yo mi candidata: Bimba Bosé, que no pega ni con cola, pero canta con su grupo The Cabriolets, baila con su tío y es musa o lo que sea de David Delfín, que podría vestir a los de La Oreja para la próxima gala de Los 40 Principales, que pierde glamour a pasos agigantados.
A todo esto, es la 1.20 de la noche, ya 10 de enero, y todavía no me había dignado en felicitar el año. Felicitado queda. Uf, es que voy con el tiempo justo, corriendo de lado a lado, y no me queda tiempo para nada. Tengo el cuello en estado de rigidez absoluta, escucho a Vitesse (un disco precioso con el título -en inglés- de “Lo que no puede ser, pero es…”), coloco en la estantería A John Irving y leo ahora “Rant” de Palahniuk al ritmo del lavavajillas que he puesto a las 23.05 por eso de aprovechar la tarifa nocturna. M duerme, que está cansada, y yo trasteo, que me siento insomne, y saco “Windows on the world” y leo párrafos a saltos y escucho a Leonard Cohen y pienso también en lo que no puede ser, pero es. Y sobre todo en lo que será, jugando a adivino sin echar las cartas.
Una última cosa: me llaman esta tarde del banco para ofrecerme un seguro de accidentes por una cuota neta de 14,50 (23,50 si la hacemos en pareja). Si me descalabro, 60.000 euros; si me quedo inválido y no puedo trabajar, 1.000 euros al mes durante cinco años, hasta hacer 60.000. Y la cuota mensual no varía el resto de mi existencia, que la señorita que llamó dijo que sería muy larga (la faltó añadir que próspera) y con salud. Y ahí arruinó su discurso: porque si voy a vivir mucho tiempo y con mucha salud, para qué carajo quiero una poliza de accidentes. Que me den primero los 60.000 euros y luego, si se tercia, hablamos.
Dice una antigua compañera de facultad como frase de entrada en su msn que “el amor es amistad con momentos eróticos”. Y lo remata con un carpe diem que ni “El club de los poetas muertos”. Pues no sé: en este momento vital me cuesta más la amistad que el amor, pero a lo mejor es cuestión de puntos de vista. Pero si al amor le quitas esos momentos eróticos (que no se los quito ni harto de vino) queda la amistad; en la amistad en cambio no hay donde restar. Esto me ha salido así, un poco ñoño, pero debe ser la influencia del amor a la francesa Sarkozy-Bruni, aunque ya hay algún detalle que augura fracaso a medio plazo en la relación. ¿No va Sarko y le regala a Carla el mismo anillo (no el mismo mismo, pero sí igual) que en su día le regaló a su ex?. Desde ya te lo digo Sarko: no son maneras.
Hasta aquí la crónica rosa. Si quieren saber más, lo mejor es el Tomate, luego El País o El Mundo. Y La Razón, que por cierto es el periódico más divertido de los que se venden en España. Con Anson al frente, colaboradores del tipo Ussía, el diario nacionalista catalán Avui en la órbita, el ex Troglodita Sabino Méndez como columnista, un tío (del que no revelo su nombre para mantener cierto misterio) que simpatiza con el anarquismo escribiendo de sus cosas escondido por ah, una entrevista de última que los de El País han copiado con bastante descaro, lo del Pato Mandarín (otra vez Ussía) y firmas inventadas en la sección de deportes. En fin, que no tienen complejos. Y hace un mes o algo más, cuando se supo lo de que Amaia Montero dejaba La Oreja de Van Gogh, van y se marcan una doble página con posibles sustitutas, desde Paulina Rubio a Irantzu Valencia (La Buena Vida), pasando por Leonor Watling, que en Marlango ya se está poniendo pesadita y a lo mejor sí que necesita un cambio de aires (aunque no ese cambio, me temo).
Y desde aquí aporto yo mi candidata: Bimba Bosé, que no pega ni con cola, pero canta con su grupo The Cabriolets, baila con su tío y es musa o lo que sea de David Delfín, que podría vestir a los de La Oreja para la próxima gala de Los 40 Principales, que pierde glamour a pasos agigantados.
A todo esto, es la 1.20 de la noche, ya 10 de enero, y todavía no me había dignado en felicitar el año. Felicitado queda. Uf, es que voy con el tiempo justo, corriendo de lado a lado, y no me queda tiempo para nada. Tengo el cuello en estado de rigidez absoluta, escucho a Vitesse (un disco precioso con el título -en inglés- de “Lo que no puede ser, pero es…”), coloco en la estantería A John Irving y leo ahora “Rant” de Palahniuk al ritmo del lavavajillas que he puesto a las 23.05 por eso de aprovechar la tarifa nocturna. M duerme, que está cansada, y yo trasteo, que me siento insomne, y saco “Windows on the world” y leo párrafos a saltos y escucho a Leonard Cohen y pienso también en lo que no puede ser, pero es. Y sobre todo en lo que será, jugando a adivino sin echar las cartas.
Una última cosa: me llaman esta tarde del banco para ofrecerme un seguro de accidentes por una cuota neta de 14,50 (23,50 si la hacemos en pareja). Si me descalabro, 60.000 euros; si me quedo inválido y no puedo trabajar, 1.000 euros al mes durante cinco años, hasta hacer 60.000. Y la cuota mensual no varía el resto de mi existencia, que la señorita que llamó dijo que sería muy larga (la faltó añadir que próspera) y con salud. Y ahí arruinó su discurso: porque si voy a vivir mucho tiempo y con mucha salud, para qué carajo quiero una poliza de accidentes. Que me den primero los 60.000 euros y luego, si se tercia, hablamos.
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