Estaba yo que no sabía muy bien de qué escribir y aparece mi compañero de Deportes con una noticia de esas de quitar el hipo: “Pecharromán da positivo en la Vuelta a los Puertos por usar crecepelo”. Todavía lo estoy flipando. Anonadado me hallo. Descolocado. Impresionado. Peor que mal. Suerte que tengo una buena mata de pelo (y suerte también que no monto en bici).
Pero he de confesar una cosa: yo también me dopé. Sí, lo hice. Fue “a long time ago”, cuando era cadete y hacía judo y era una joven promesa (porque lo fui, en serio) del deporte madrileño. Me dopé con Bisolvón (ese jarabe tan dulzón, tan rosa, tan pegajoso, casi adictivo), que entonces no era sustancia dopante pero dos años después se incluyó en el catálogo. Y yo ahí, exhibiendo músculos y poderío físico. Y peso, porque iba yo en menos 70 y por un 1,2 kilos me pasé en la báscula (la de nuestro gimnasio una semana antes me había marcado dos por debajo) y me mandaron a categoría open (es decir, sin límite de peso). El Bisolvón, era obvio, me sirvió de poco, aunque llegué a semifinales, perdí con un maromo de casi 100 kilos y finalmente quedé cuarto. Y allí se jodió mi carrera, suponiendo que la hubiera o hubiese; el tercero me hubiera dado vía libre a los juveniles de Ámsterdam (quién sabe, a lo mejor allí también me hubiese dopado), pero la cagué de medio a medio. Tenía una hora para bajar peso, pero sudé lo que no está en los escritos y me quedé tal cual, kilito y pico por encima. Fueron otros los que se llevaron la gloria. Yo una llorina de cuidado y el principio de una desmotivación que acabó luego.
El Bisolvón fue el principio del fin. Quién sabe si con crecepelo hubiera conseguido logros mayores y hoy estaría camino de Pekín 2008. Entonces nos lo imaginábamos. Ninguno de mis compañeros lo consiguió. Ni eso ni nada parecido. Me encontré con uno de ellos hace tres meses o así; había engordado y se parecía levemente a Jorge Javier Vázquez. El miedo en el cuerpo me metió al verle. Se había marchado de casa, que ya era hora, y resulta que está de alquiler a 300 metros de mi casa.
Hoy yo sería presa fácil en categoría open, incluso para un cadete; estoy fuera de forma, me fatigo con tres carreras y tengo barriguilla (o barriga, sin medias tintas) también un poco en plan j. j. vázquez. Y a veces cara de tomate, porque me pongo colorao con facilidad (esa foto en la siesta a las seis de la mañana; dios, qué imagen).
También tenía pensado hablar de “hurricane”, de bob dylan, pero lo dejo para otro momento.
No sé. Quizá necesite crecepelo, aunque sea para espabilarme.
Pero he de confesar una cosa: yo también me dopé. Sí, lo hice. Fue “a long time ago”, cuando era cadete y hacía judo y era una joven promesa (porque lo fui, en serio) del deporte madrileño. Me dopé con Bisolvón (ese jarabe tan dulzón, tan rosa, tan pegajoso, casi adictivo), que entonces no era sustancia dopante pero dos años después se incluyó en el catálogo. Y yo ahí, exhibiendo músculos y poderío físico. Y peso, porque iba yo en menos 70 y por un 1,2 kilos me pasé en la báscula (la de nuestro gimnasio una semana antes me había marcado dos por debajo) y me mandaron a categoría open (es decir, sin límite de peso). El Bisolvón, era obvio, me sirvió de poco, aunque llegué a semifinales, perdí con un maromo de casi 100 kilos y finalmente quedé cuarto. Y allí se jodió mi carrera, suponiendo que la hubiera o hubiese; el tercero me hubiera dado vía libre a los juveniles de Ámsterdam (quién sabe, a lo mejor allí también me hubiese dopado), pero la cagué de medio a medio. Tenía una hora para bajar peso, pero sudé lo que no está en los escritos y me quedé tal cual, kilito y pico por encima. Fueron otros los que se llevaron la gloria. Yo una llorina de cuidado y el principio de una desmotivación que acabó luego.
El Bisolvón fue el principio del fin. Quién sabe si con crecepelo hubiera conseguido logros mayores y hoy estaría camino de Pekín 2008. Entonces nos lo imaginábamos. Ninguno de mis compañeros lo consiguió. Ni eso ni nada parecido. Me encontré con uno de ellos hace tres meses o así; había engordado y se parecía levemente a Jorge Javier Vázquez. El miedo en el cuerpo me metió al verle. Se había marchado de casa, que ya era hora, y resulta que está de alquiler a 300 metros de mi casa.
Hoy yo sería presa fácil en categoría open, incluso para un cadete; estoy fuera de forma, me fatigo con tres carreras y tengo barriguilla (o barriga, sin medias tintas) también un poco en plan j. j. vázquez. Y a veces cara de tomate, porque me pongo colorao con facilidad (esa foto en la siesta a las seis de la mañana; dios, qué imagen).
También tenía pensado hablar de “hurricane”, de bob dylan, pero lo dejo para otro momento.
No sé. Quizá necesite crecepelo, aunque sea para espabilarme.
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