sábado, 1 de diciembre de 2007

sharapova y rodríguez. las dos marías


Como se me van acumulando las cosas y tenía pendientes unas palabras sobre Maria Sharapova, hoy mato dos pájaros de un tiro y traigo por aquí también a otra María, La Mala, que el jueves se marcó un concierto de lo más majo en La Riviera. En definitiva: las dos marías, las que más duro pegan en lo suyo y también, qué carajo, las que están de mejor ver. Porque lo están. A Sharapova se la conoce bien por su faceta como modelo, exhibiendo su melena rubia desde las alturas, con una mirada que tiene un punto melancólico que hace que uno la pueda querer para siempre, unos rasgos suaves, ojos verdes, unos brazos con un poderío que ya quisiera yo y unas piernas larguísimas que invitan a los tópicos y, por supuesto, a perderse.
La Mala es más menuda, con una corona tatuada en su hombro derecho, alejada de los clichés del hip hop, morena, menos racial de lo que parece, con acento pese que a lleva 10 años en Madrid, moderadamente tímida, moderadamente agresiva (o al menos cortante), elegante pero informal a su manera, con una sonrisa que bien vale una buena foto y una cantidad creciente de matices en la voz. Y además de eso tiene su morbo y más que su aquél, aunque cualquiera se atreve con Mahoma, un rapero cubano que intimida, y más cuando uno le escucha en "Miedo" cantar eso de "aquí hay un negrón que va enseñar follar a tu mujer". Sí, ya se sabe que estos chicos del hip hop no se suelen andar con medianías ni sutilezas. "Voy a lo que voy", cantaba ella hace años, y a fe que lo cumple, aunque ahora, cosas de la promoción, tenga que compartir escenario con Paulina Rubio, Pereza o Dover y parezcan tan lejos los tiempos en que gritaba eso de "¡¡ Comedme el coño!!" con que terminaba un tema con Alta Escuela y (creo) SFDK.
Pero para gritos los de la María rusa, convertida en una fiera desde el fondo de la pista. Cuando está en forma es la que pega más duro, especialmente unos derechazos a dos manos que parecen misiles que salen acompañados de un aullido que ni Allen Ginsberg en sus mejores tiempos. Su padre observa vigilante desde la grada, se desespera en los fallos, asiente en los puntos a favor y finalmente se resigna cuando pierde, como en la final del Masters de Madrid el pasado 11 de noviembre, en donde Sharapova cedió ante Justin Henin-Hardenne, infalible en la red y segura desde el fondo, aunque las paso putas en el primer set, en donde la protagonista de estas líneas la arrinconó a base de raquetazos y de buscar y encontrar angulos tan imposibles como las rimas matemáticas y demoledoras de la rapera nacida en Jerez y criada en Sevilla.
No sé: ¿hay semejanzas más allá del nombre? Pues depende lo que se quieran forzar las cosas. La rusa acaba de empezar la veintena, la andaluza se despide de ella el próximo año; la rusa agita el brazo con una raqueta, la andaluza con un micro; Sharapova cierra el puño, La Mala también; una levanta pasiones (y más que pasiones) y hace de modelo, con posados de infarto y mirada de cordero degollado; María Rodríguez mira de frente y se viste de mujer clásica para la portada de "Yo Dona" (El Mundo), con trapitos de marca y poses lejos de las habituales en su mundo; una nació en Siberia y creció tenísticamente en Estados Unidos; la otra llegó al mundo en Jerez, marchó a Sevilla, recorrió sus calles, dejó su sello y se vino pa’ Madrid (como los de Ketama, sí), donde creció como artista hasta convertirse en la más grande en lo suyo, con todas sus virtudes y también algún defecto; Sharapova, siberiana ella, fue efímera número uno, su carrera se truncó por una lesión y ahora anda en el seis, aunque 2008 tiene que ser su año, el que la convierta sin discusión en la estrella que ya es.
La Mala actuó el jueves 29 de noviembre en La Riviera, poniendo fin a la gira de "Malabarismo", con un inicio de vértigo, aunque luego perdió fuelle, como la rusa en la final del Masters frente a Henin. A uno la verdad es que le da igual: disfrutó de lo lindo con el arranque de cada una de ellas; ya hicieron bastante ahí para ganarse éstas y más líneas. Una mandando desde el escenario, ceñida en un vestido morado (luego se pondría más cómoda con uno verde y terminó combinando mallas y lentejuelas con zapatos rojos con un tacón de aúpa) y despachando rimas que no admiten contestación. Hay dos nombres que me parecen incontestables en el hip hop en español: Sólo los Solo y La Mala. El resto, incluidos los pesos pesados, tienen tics para dar y regalar, pero ellos trascienden los tópicos.
Sharapova manda en la pista, a pesar de Justine Henin o Ana Ivanovic; ella grita más, golpea seco y se gira sobre sí misma haciendo que se muevan unos pendientes imposibles para jugar al tenis. Su juego es saque y volea, pero desde el fondo consigue aburrir a sus rivales a base de bien. De granate o blanco, con horquillas negras, el pelo recogido en una coleta y las piernas deslizándose de lado a lado. Le falta ritmo, puede que sí, pero cuando lo acabe de coger a ver quién la para. Y eso arrebatándose sólo ligeramente, casi vulnerable en el tercer set, cuando la derrota estaba cantada pero aguantaba y todavía guardaba fuerzas para cerrar el puño y sacarse un golpe ganador. La Mala mientras tanto termina la gira, levanta las manos y se despide agradecida, como Rosendo, después de decir que sólo sabe hacer esto.
Lo canta en "Yo marco el minuto" y vale para las dos: "Me lo estoy currando, me lo estoy currando. Soy una mujer de recursos, chulo; tu suela, pasión, saliva, leche y trucos. Yo marco el minuto". Y luego: "Tengo lo que tú quieres". Es verdad: las dos lo tienen ("la gloria será pa quien la corresponde). Ay, cómo lo sabía yo.

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