(Rescato aquí un texto de hace cuatro meses sobre Carlos Berlanga, escrito con motivo del quinto aniversario de su muerte).
Podríamos empezar en 1977, 1978 o 1982. Tres fechas históricas en la crónica de la Movida: Kaka de Luxe, Pegamoides y Dinarama. También por el final, el 5 de junio de 2002, cuando Carlos Berlanga murió tras una larga enfermedad hepática. Pero lo haremos en 1990, el año en que rescató a Buñuel para publicar el primero de sus cuatro discos en solitario; una carrera de aciertos e incomprensiones que sólo a última hora, cuando ya era demasiado tarde, hizo el amago de cambiar su suerte.
Ahora, cuando se cumplen cinco años de su muerte, todo suena a jugar con ventaja; por eso, antes de avanzar más líneas, toca mover ficha: Carlos Berlanga es uno de los más certeros compositores del pop español. Seguramente también uno de los más incomprendidos. En 1990 aparecía como invitado en “Con las manos en la masa”, el gastronómico programa de la Vainica Doble Elena Santonja. Entre fogones presentaba su primer disco en solitario, después de poner fin a una etapa, la de Dinarama, mientras Alaska y Nacho Canut empezaban con Fangoria. Tomó el nombre, “El ángel exterminador”, de una de las películas clásicas de Luis Buñuel. Él, que era hijo de otro hombre de cine, Luis García Berlanga; que había aparecido, como tantos otros, en “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”; y que hasta diseñó el cartel para “Matador”, de Pedro Almodóvar.
Era un álbum que, tras una producción descafeinada, escondía una indisimulada mala leche. Eso sí, sin perder las formas; despellejando con elegancia (“En el volcán” es el mejor ejemplo) en un momento en que las relaciones con sus ex compañeros casi acaban en los tribunales. Salió en la tele, hizo directos, sonó en las radiofórmulas, reclutó a Miguel Bosé en “El verano más triste” y a la postre fracasó en su venganza. Tenía 30 años y mucho que decir, pero no se enteró casi nadie. Era un trabajo irregular que con el paso del tiempo ha ganado enteros. Demasiado tarde. Rafa Cervera dejó escrita hace unos años la que quizá es la mejor definición de Carlos Berlanga: “El esteta en el laberinto”. Le venía al pelo. Y sin perder la compostura, siguió a lo suyo: componiendo para otros, poniendo música a la serie de televisión “Villarriba y Villabajo”, y sobre todo perfilando el que sería su primer gran triunfo, de nuevo ajeno al gran público, el que justificaría todas las comparaciones: Edwyn Collins (Orange Juice), Neil Tennant (Pet Shop Boys), Stephin Merrit (The Magnetic Fields), Antonio Carlos Jobim y muchas otras. Un dandy en toda regla, la reinvención del rey del glam y sin quererlo también el padre de toda una generación que va de Parade o Dar Ful Ful al movimiento Austrohúngaro. Quién se lo iba a decir. “Indicios” es el disco. Uno de los dos imprescindibles en el pop español de 1994; el otro es “Un soplo en el corazón”, la primera y única entrega de Family, con la que han ido creciendo las coincidencias, que no casualidades. La última y más significativa fue la versión que Fangoria hizo de “Carlos baila” en el homenaje al grupo de Javier Aramburu, cuya letra parecía escrita para este crooner vencido por la timidez. Eterno aspirante a la fama y a la vez enemigo de los conciertos, mitómano de gustos diversos, artista plástico y también danzante impenitente. “Indicios” fue el disco, sí, pero no el éxito, a pesar de que contenía todos los ingredientes para haberlo sido.
Luego llegó la reconciliación: “Vía satélite alrededor de Carlos Berlanga” recompuso las relaciones con Alaska y Nacho Canut, que intentaron llevarle a la felicidad por la electrónica en un disco que participaba del hedonismo made in Fangoria, aunque sin enganchar como el anterior. Lo que no cambiaron fueron las ventas, que le siguieron dejando en un terreno underground del que, pese a todo, tampoco tenía mayor interés en salir. Pose, autosuficiencia o constatación de una realidad, que cada uno piense lo que quiera: justicia poética frente a la indiferencia. Otra vez un prolongado paréntesis de cuatro años y por fin la segunda obra cumbre: “Impermeable”. 35 minutos para sentar cátedra. Ibon Errazkin (Le Mans) pone su granito de arena con una producción delicada y casi transparente, envolviendo las canciones en papel de celofán. Decenas de preguntas, melodías de seducción, la canción que la ley del matrimonio gay nunca tuvo (“Vacaciones”), incorrección con traje de seda y una estrofa que sólo unos meses después se convertiría en epitafio: “Estoy aislado, impermeabilizado; estoy cerrado al mundo que me ha traicionado. Ya no quiero sufrir más”.
Ahora, cuando se cumplen cinco años de su muerte, todo suena a jugar con ventaja; por eso, antes de avanzar más líneas, toca mover ficha: Carlos Berlanga es uno de los más certeros compositores del pop español. Seguramente también uno de los más incomprendidos. En 1990 aparecía como invitado en “Con las manos en la masa”, el gastronómico programa de la Vainica Doble Elena Santonja. Entre fogones presentaba su primer disco en solitario, después de poner fin a una etapa, la de Dinarama, mientras Alaska y Nacho Canut empezaban con Fangoria. Tomó el nombre, “El ángel exterminador”, de una de las películas clásicas de Luis Buñuel. Él, que era hijo de otro hombre de cine, Luis García Berlanga; que había aparecido, como tantos otros, en “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”; y que hasta diseñó el cartel para “Matador”, de Pedro Almodóvar.
Era un álbum que, tras una producción descafeinada, escondía una indisimulada mala leche. Eso sí, sin perder las formas; despellejando con elegancia (“En el volcán” es el mejor ejemplo) en un momento en que las relaciones con sus ex compañeros casi acaban en los tribunales. Salió en la tele, hizo directos, sonó en las radiofórmulas, reclutó a Miguel Bosé en “El verano más triste” y a la postre fracasó en su venganza. Tenía 30 años y mucho que decir, pero no se enteró casi nadie. Era un trabajo irregular que con el paso del tiempo ha ganado enteros. Demasiado tarde. Rafa Cervera dejó escrita hace unos años la que quizá es la mejor definición de Carlos Berlanga: “El esteta en el laberinto”. Le venía al pelo. Y sin perder la compostura, siguió a lo suyo: componiendo para otros, poniendo música a la serie de televisión “Villarriba y Villabajo”, y sobre todo perfilando el que sería su primer gran triunfo, de nuevo ajeno al gran público, el que justificaría todas las comparaciones: Edwyn Collins (Orange Juice), Neil Tennant (Pet Shop Boys), Stephin Merrit (The Magnetic Fields), Antonio Carlos Jobim y muchas otras. Un dandy en toda regla, la reinvención del rey del glam y sin quererlo también el padre de toda una generación que va de Parade o Dar Ful Ful al movimiento Austrohúngaro. Quién se lo iba a decir. “Indicios” es el disco. Uno de los dos imprescindibles en el pop español de 1994; el otro es “Un soplo en el corazón”, la primera y única entrega de Family, con la que han ido creciendo las coincidencias, que no casualidades. La última y más significativa fue la versión que Fangoria hizo de “Carlos baila” en el homenaje al grupo de Javier Aramburu, cuya letra parecía escrita para este crooner vencido por la timidez. Eterno aspirante a la fama y a la vez enemigo de los conciertos, mitómano de gustos diversos, artista plástico y también danzante impenitente. “Indicios” fue el disco, sí, pero no el éxito, a pesar de que contenía todos los ingredientes para haberlo sido.
Luego llegó la reconciliación: “Vía satélite alrededor de Carlos Berlanga” recompuso las relaciones con Alaska y Nacho Canut, que intentaron llevarle a la felicidad por la electrónica en un disco que participaba del hedonismo made in Fangoria, aunque sin enganchar como el anterior. Lo que no cambiaron fueron las ventas, que le siguieron dejando en un terreno underground del que, pese a todo, tampoco tenía mayor interés en salir. Pose, autosuficiencia o constatación de una realidad, que cada uno piense lo que quiera: justicia poética frente a la indiferencia. Otra vez un prolongado paréntesis de cuatro años y por fin la segunda obra cumbre: “Impermeable”. 35 minutos para sentar cátedra. Ibon Errazkin (Le Mans) pone su granito de arena con una producción delicada y casi transparente, envolviendo las canciones en papel de celofán. Decenas de preguntas, melodías de seducción, la canción que la ley del matrimonio gay nunca tuvo (“Vacaciones”), incorrección con traje de seda y una estrofa que sólo unos meses después se convertiría en epitafio: “Estoy aislado, impermeabilizado; estoy cerrado al mundo que me ha traicionado. Ya no quiero sufrir más”.
1 comentario:
Un poco prepotente ya eres. Todos sabemos ya que sabes escribir muy bien, pero luego en la realidad hablas como cualquier mortal que se precie.
Con la tradición que hay en tu casa y siendo Él el que nos mantiene yo habría añadido una mayúscula "D"
Estoy por mandar los comentarios sobre Alonso a cierto asturiano, que en el próximo cumpleaños tal vez no te deja entrar, también siendo cierta parte de su familia quien nos mantiene.
Si,la amistad a veces en un poco tediosa, sobre todo cuando no se mantiene.
¿Tu hora de entrada era esa? Me tendras que contar lo que hacias y quien ha sido el\la culpable de que ya no llegues a esas horas, en las que solo hay mala gente por el mundo.
Bueno ya no se me ocurre más en lo que criticarte, pero VOLVERÉ.
PSD. Yo no voy a escribir ninguna cita aunque podría, no te creas, pero vengo de mantenerme en "FORMA" y no me apetece.
BESOS
Publicar un comentario